Guatemala

Por Comisión Política del PGT, 1955

Introducción

Por Alejandro Del Águila

Tras la masacre promovida por la reacción ultraconservadora del Movimiento de Liberación Nacional (MLN) de Carlos Castillo Armas en 1954 contra la llamada revolución democrática, o de Octubre, que desarticuló todo el tejido social revolucionario (Sindicatos y Comités Agrarios), el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT) divulgó, a manera de balance, un documento clandestino en 1955.

El PGT fundado en 1949, tras la contrarrevolución, paso a la clandestinidad. La Comisión Política, exiliada en México introdujo este documento clandestinamente a Guatemala, en cajas de Leche de Magnesia, y  por el efecto que género en la militancia, haciendo un paralelismo de los efectos de ese medicamento en el aparato gastrointestinal, jocosamente se le denominó el documento de la magnesia.

Tal documento fue una autocrítica, aunque a medias, de las políticas impulsadas por el PGT en el periodo de gobierno de Juan Jacobo Arbenz y en los momentos de la invasión contrarrevolucionaria.

El documento menciona que el PGT no supo aplicar la línea política votada por la dirección, pero sin indicar en que consistió el incumplimiento, tampoco cuestionó la famosa “línea política”. El tema de fondo es que tal “línea política” estaba  influenciada por la orientación estalinista para los países neocoloniales, de la llamada “revolución por etapas”, y consistía en  esquema que ordenaba desde Moscú que las tareas de los comunistas eran: en una primer etapa, los comunistas debían impulsar una revolución democrática burguesa, en alianzas con supuestas fracciones democráticas de la clase capitalista,  para dar paso en un momento posterior, en una segunda etapa,  a una revolución socialista.

Esta teoría de la “revolución por etapas”, separadas artificialmente una de otra, era una repetición y continuación de tesis reformistas, que se tradujo en la desastrosa estrategia de Moscú de crear gobiernos de “Frentes Populares”, que en la década de los años 30 del siglo XX condujo al fracaso procesos revolucionarios en España y también en Francia. Después de finalizada la segunda guerra mundial, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), aplicó esa misma estrategia, con algunos retoques, en países de América Latina, como Guatemala, dentro del patio trasero del imperialismo norteamericano

En el marco de la “guerra fría”, el gran problema para el PGT era que Guatemala estaba dentro del área de influencia de Estados Unidos, pactada en Yalta y Potsdam, y la URSS no iba a mover un dedo para apoyar un triunfo socialista en Guatemala. Las políticas del PGT dependían de las ordenes de Moscú. Esa era la esencia del stalinismo: los partidos comunistas aplicaban las políticas que convenian a la burocracia stalinista de Moscú.

Con esa orientación estratégica, el PGT se plegó acríticamente a los gobiernos “progresistas” de Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, apoyando un desarrollo capitalista, creyendo que, en alianza con los sectores democráticos y minoritarios de la burguesía criolla, se podía romper la alta concentración de la tierra en manos de grandes terratenientes y del monopolio estadunidense de la Unión Fruit Company.

En el documento que publicamos, el PGT con una autocrítica medianamente correcta, cuestionó a posteriori la confianza que depositaron en el llamado “frente democrático” con elementos de la burguesía y de la pequeña burguesía, que llegó a manifestarse en alianzas partidarias y en la participación en la coalición gubernamental. Pero, como tenía que ocurrir, estos supuestos aliados de la revolución, estuvieron durante cierto tiempo apoyando los gobiernos de Arévalo y Arbenz, hasta que en 1954 se sumaron a la contrarrevolución.

La autocritica del PGT cuestionó la confianza depositada en estos sectores y la acción institucional en el proceso de reforma agraria y, sobre todo, en la ingenua confianza depositada en el Ejercito, así como en la persona de Jacobo Arbenz. Pero, contradictoriamente, critica que las luchas de las masas giraron hacia un economicismo excesivo, y que en los momentos de la invasión no se exigió con fuerza la exigencia de armas para la población. Esta autocritica desnuda las ilusiones de que el Ejercito era leal y defendería la revolución.

La gran debilidad de la autocrítica del PGT es que no revisó la estrategia de la revolución por etapas, ordenadas por Moscú, y más bien embelleció el error estratégico al afirmar que el proletariado y el campesinado no lograron hegemonizar el “frente democrático”, sin explicar porque ocurrió esto.

Por último, el documento del PGT hace una interesante referencia al papel manipulador de las imágenes católicas y de la religión en general, con el uso que la reacción hizo del Cristo negro de la ciudad de Esquipulas, se golpeó el pecho por no tener una política de combatir el clero reaccionario.

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El 27 de junio de 1954, fue derrocado el Gobierno democrático de Guatemala que desde el 15 de marzo de 1951, por libre elección popular, presidía el coronel Jacobo Arbenz. Desde aquella fecha el pueblo guatemalteco se ha preocupado por establecer cuáles fueron los factores que condujeron a la derrota temporal del movimiento revolucionario de Guatemala. A su vez los pueblos del mundo se han preguntado también por qué Guatemala no presentó una mayor y más prolongada resistencia a la agresión norteamericana. Se han dado diversas versiones de los acontecimientos, hasta se ha especulado con muy poca seriedad acerca de ellos, pero ha faltado un análisis serio y profundo que descubra la causa fundamental de la derrota, que extraiga las enseñanzas principales que se derivan de aquellos acontecimientos para el pueblo y que, por consiguiente, alumbre con la luz de la experiencia el camino que las masas populares siguen en su lucha por hacer de nuestra patria una Guatemala democrática, próspera e independiente.

La Comisión Política del Comité Central del Partido Guatemalteco del Trabajo, con la ayuda de la probada doctrina científica de la clase obrera, el marxismo-leninismo, ha realizado un serio esfuerzo para hacer un examen correcto de aquella experiencia, el cual por razones muy comprensibles puede hacerse público hasta ahora, y que sin duda será de gran utilidad para la elaboración de la línea política del Partido, al mismo tiempo que ayudará a la clase obrera y a las masas populares guatemaltecas para orientarse mejor en su lucha contra la falsificación de los hechos y por sacudirse el yugo de la tiranía y de la dominación imperialista norteamericana.

De dónde provino la agresión

El gobierno de los Estados Unidos ha tratado vanamente de disfrazar los hechos y ocultar sus responsabilidades de organizador de la intervención, atribuyéndole al pueblo guatemalteco el derrocamiento del régimen democrático que él mismo se diera, y bajo el cual disfrutó de las más amplias libertades de toda su historia. La verdad que conoce nuestro pueblo, y que comprueba cada día más, es que el derrocamiento del gobierno legítimo de Arbenz, el aplastamiento brutal de todas las libertades y la destrucción de todas las conquistas revolucionarias y democráticas alcanzadas, es la obra de los monopolios yanquis, particularmente de los que tienen inversiones en Guatemala, o que codician las riquezas naturales de nuestro país, tales como la United Fruit Company y otros; es la obra, por consiguiente, del gobierno de los Estados Unidos, el cual hace tiempo se encuentra bajo el control de los grandes monopolios norteamericanos, en cuyo nombre practica una política agresiva y de sojuzgamiento colonial de nuestros países; es la obra también de la camarilla terrateniente-burguesa reaccionaria en la que se apoya y se ha apoyado siempre el imperialismo norteamericano para oprimir a nuestro pueblo y para saquear el país sin freno alguno.

Los invasores que el 17 de junio, procediendo de Honduras, violaron por dos puntos la frontera de nuestra patria y se internaron en nuestro territorio sembrando a su paso la desolación, el terror y la muerte, eran guatemaltecos solo en una mínima parte, la mayoría abrumadora estaba compuesta por mercenarios nicaragüenses, hondureños, salvadoreños, dominicanos y cubanos, una verdadera gama de aventureros fracasados, de hampones de la más baja calaña y criminales de oficio, que fueron reclutados y pagados por la United Fruit Company y entrenados durante varios meses en territorio de Nicaragua y Honduras por oficiales del Ejército de los Estados Unidos. Estas bandas de maleantes fueron armadas hasta los dientes por las compañías yanquis, en primer lugar, por la United Fruit Company, habiendo suministrado las armas el gobierno de los Estados Unidos, que usó de pantalla a los gobiernos títeres de Honduras y Nicaragua.

El hecho de que al frente de la invasión apareciera un grupo de guatemaltecos traidores, encabezados por el más traidor de todos, Carlos Castillo Armas, no reduce en nada el carácter extranjero de la agresión. Todo el mundo sabe que Castillo Armas y su minúscula pandilla de aventureros no disponían de cinco centavos para financiar la invasión y también es sabido que las contribuciones de los finqueros, los grandes comerciantes y los patronos reaccionarios apenas alcanzaban para saciar la voracidad de ese grupo de vividores. Todo el mundo sabe que los dominios de la United Fruit Company en Honduras, que llegan hasta las fronteras de Guatemala, se convirtieron en los últimos años en el principal centro de conspiración contra el régimen democrático de Guatemala: allí se elaboraban los planes que luego aprobaban Washington y Boston; allí se reclutaba a los saboteadores y terroristas que luego se enviaban al interior de Guatemala; allí se cocinaba la propaganda de sucias mentiras y calumnias contra las fuerzas democráticas y el movimiento revolucionario guatemalteco; allí se proyectaban y ordenaban los llamados “desfiles cívicos anticomunistas”; allí se disponían los numerosos viajes de los conspiradores para coordinar la acción con Somoza, Pérez Jiménez, Trujillo y Batista, a quienes el Departamento de Estado yanqui había ordenado “cooperar” en la realización de los planes para aplastar la democracia en Guatemala; allí, en fin, se reclutaba y se pagaba a los mercenarios que debían integrar el mal llamado “ejército de liberación”.

El gobierno de los Estados Unidos suministró los aviones que durante diez días consecutivos volaron sobre ciudades y aldeas de Guatemala, bombardeando no solamente objetivos militares, sino también hogares humildes, iglesias y escuelas, e incendiándolos. Aquellos aviones que ametrallaron la población pacífica de la ciudad de Guatemala, Chiquimula, Zacapa y otros lugares, con el fin de sembrar el terror y la desesperación, estaban piloteados por aviadores norteamericanos que después se han jactado cínicamente de su “hazaña”.

El golpe de Estado de los jefes militares traidores que derrocó al gobierno del presidente Arbenz en los momentos en que existían todas las condiciones para rechazar victoriosamente la agresión extranjera, fue planeado, financiado y dirigido por la embajada de los Estados Unidos en Guatemala. El embajador yanqui, John Peurifoy, un gángster y provocador de triste recordación en Grecia, a donde fue comisionado para organizar la matanza de patriotas griegos, fue el hombre escogido por el gobierno de los Estados Unidos para que ejecutara las órdenes de los monopolios norteamericanos de ahogar en sangre el régimen democrático de Guatemala.

Para que pueda comprenderse mejor por qué los imperialistas yanquis organizaron la intervención y agredieron a nuestro país para aplastar el movimiento revolucionario y derrocar el gobierno de Arbenz, es conveniente recordar algunos rasgos sobresalientes de la vida y la lucha de nuestro pueblo[...]

Las experiencias del Partido

El desarrollo del partido de los comunistas guatemaltecos

Fundado el 28 de septiembre de 1949 el Partido Guatemalteco del Trabajo ha acumulado en corto tiempo una rica experiencia. Nuestro Partido ha tenido que enfrentar situaciones y problemas muy complejos y tareas que algunas veces fueron superiores a su propia fuerza, a su experiencia y a su nivel teórico. De estas situaciones salió muchas veces victorioso, en otras su inexperiencia y su debilidad teórica fueron un obstáculo para triunfar, o bien no tuvo la fuerza necesaria para salir adelante con éxito.

Nuestro Partido ha tenido que desarrollar su labor en un medio muy atrasado en el que los enemigos de la clase obrera y del pueblo han realizado una venenosa propaganda anticomunista durante decenas de años, mucho antes de que naciera nuestro Partido y de que hubiera una organización que diera respuesta adecuada a las sucias calumnias de la propaganda anticomunista; en un medio en el que el clericalismo y el alcoholismo han sido armas principales de las clases reaccionarias dominantes, destinadas a minar la voluntad y el espíritu combativo y rebelde de la clase obrera y de todas las masas trabajadoras oprimidas.

Nuestro Partido, gracias al trabajo abnegado de sus escasos cuadros y de sus militantes, en su mayoría ganados recientemente para la causa del socialismo, logró romper el bloqueo político que desde su nacimiento quisieron imponerle las fuerzas reaccionarias, conquistó el apoyo y la simpatía de un gran sector de la clase obrera, de importantes masas campesinas y de los intelectuales y profesionales progresistas. Nuestro Partido fue el motor principal, el organizador y el dirigente de la lucha por la unidad de la clase obrera, el defensor más consecuente de la unidad cuando ésta cristalizó en su forma orgánica con la constitución de la CGTG, el organizador y el dirigente de las principales batallas de los trabajadores por sus reivindicaciones, el guía de la clase obrera en defensa de las reivindicaciones de los campesinos, y, en primer lugar, por la realización de la reforma agraria, el impulsor de la lucha por la rápida entrega de la tierra a los campesinos.

Nuestro Partido fue el que más se preocupó por la defensa de los derechos y reivindicaciones de la Juventud y de las mujeres. Nuestro Partido fue el más batallador por la unidad de las fuerzas democráticas y antiimperialistas, el que con más firmeza y patriotismo apoyó y defendió el régimen democrático del coronel Arbenz en cuanto que éste se orientaba por una política de contenido antifeudal y antiimperialista.

La consecuencia de la lucha del Partido en defensa de los intereses de las masas trabajadoras, de la democracia y de la independencia nacional, le ha ganado el odio bestial de las clases reaccionarias, odio que está ampliamente compensado por el creciente cariño, el respeto y la simpatía de la clase obrera, las masas campesinas y los elementos honestos de la intelectualidad democrática.

Como el cariño y el respeto del pueblo trabajador los ha conquistado nuestro Partido, merced a la consecuencia y abnegación de su lucha, ninguna ley fascista, ninguna campaña calumniosa, ningún género de terror, por brutal que sea, puede impedir que el pueblo confíe cada día más en nuestro Partido; ninguna medida puede liquidar al Partido de los comunistas guatemaltecos, porque nuestro Partido no surgió de manera incidental sino que ha nacido en el proceso de la lucha de la clase obrera por la liberación nacional y contra la explotación clasista, y tiene unido su destino, su vida y su suerte al desarrollo histórico de la sociedad, a la cabeza del cual inevitablemente debe marchar la clase obrera.

El desarrollo del Partido Guatemalteco del Trabajo está indisolublemente ligado a su lucha en defensa de los intereses del pueblo y de la patria; en lo sucesivo ésta seguirá siendo la fuente de su fuerza y de su crecimiento.

Junto a los éxitos destacados de la actividad de nuestro Partido se han cometido errores graves que debemos señalar con franqueza para extraer las experiencias que de ellos se derivan, a fin de evitar que en el futuro puedan entorpecer de nuevo la lucha exitosa del Partido.

La Comisión Política del Comité Central del Partido considera que en lo fundamental sus errores y debilidades arrancan de su propia línea política. La línea política del Partido era en lo general correcta, sin embargo, era en algunos aspectos insuficiente e incompleta en tanto que no trazaba una perspectiva concreta para enfrentar determinados problemas a los que más tarde se vio abocada la dirección del Partido. Esta insuficiencia de nuestra línea se debió sin duda al bajo nivel teórico del Partido y a que nuestro Congreso (el II Congreso del Partido, diciembre de 1952) no profundizó lo bastante la discusión de los problemas de mayor importancia para el desarrollo de la revolución.

Pero, sobre todo, el origen de los errores del Partido está en la deficiente asimilación de la línea política y en su mala aplicación, ya que aun cuestiones subrayadas por el Congreso, tales como el carácter de la revolución democrático-burguesa en un país semicolonial como el nuestro, y el papel del proletariado como fuerza dirigente de dicha revolución, no se tuvieron en cuenta más tarde, se subestimaron en algunos casos y no se desarrollaron de manera consecuente en el curso de la lucha revolucionaria. Examinemos los errores principales del Partido.

La alianza con la burguesía nacional

El Partido Guatemalteco del Trabajo no siguió una línea suficientemente independiente en relación a la burguesía nacional democrática. En la alianza con la burguesía democrática tuvo éxitos señalados, pero a su vez la burguesía ejerció cierta influencia en nuestro Partido, influencia que en la práctica constituyó un freno para muchas de sus actividades.

El PGT no estimó correctamente la débil capacidad de resistencia de la burguesía y no siempre tuvo en cuenta su carácter conciliador frente al imperialismo y las clases reaccionarias, de allí que haya tenido algunas ilusiones en el patriotismo, la lealtad y la firmeza de la burguesía nacional frente a las embestidas del imperialismo norteamericano.

El PGT, aunque teóricamente sustentaba el criterio leninista de que la burguesía nacional ya no es en la época del imperialismo una clase consecuentemente revolucionaria, y, por consiguiente, que debe ser la clase obrera la que se ponga a la cabeza y ejerza la hegemonía en la revolución democrático-burguesa, en la práctica se limitó a repetir una y otra vez esta concepción leninista, sin comprenderla en toda su profundidad; no luchó con la debida tenacidad porque la clase obrera conquistara la dirección del movimiento revolucionario, no se plantearon ni resolvieron las tareas concretas que era necesario realizar para asegurar la hegemonía de la clase obrera en el movimiento revolucionario.

Nuestro Partido se percataba de que muchos líderes de los partidos burgueses y elementos importantes del gobierno, cuyas vacilaciones eran ya conocidas, capitularían frente al imperialismo; se daba cuenta de que las vacilaciones del movimiento revolucionario obedecían particularmente a que la burguesía era la clase que aun jugaba el papel dirigente de la mayor parte del movimiento revolucionario y que a éste le faltaba que la clase obrera pasara a ser la fuerza hegemónica del conjunto de fuerzas democráticas. Nuestro Partido abrigaba en el fondo la falsa concepción de que a la clase obrera guatemalteca no le era posible conquistar todavía la dirección del movimiento revolucionario, porque numéricamente era muy débil y políticamente estaba muy atrasada. Sin embargo, esta manera de plantear las cosas conducía a un callejón sin salida, más aun, conducía -como condujo- a que la dirección del movimiento revolucionario quedara en manos de la burguesía democrática hasta tanto la clase obrera no creciera y se desarrollara políticamente.

Es claro que nuestro Partido caía, sin proponérselo, en las posiciones oportunistas demolidas hace más de cincuenta años por el gran Lenin. A propósito de esta cuestión se dice lo siguiente en las Tesis del Instituto Marx-Engels-Lenin-Stalin, “El cincuenta aniversario de la primera revolución rusa":

La marcha de la revolución confirmó la justeza y la vitalidad de la estrategia y la táctica de los bolcheviques. Se confirmó plenamente la tesis leninista de que el proletariado puede y debe desempeñar el papel dirigente del movimiento revolucionario [...]

En un país campesino atrasado como Rusia, la clase obrera demostró que la verdadera fuerza y el papel del proletariado no dependen de que éste constituya o no la mayoría de la población del país, sino de su energía revolucionaria, de su conciencia política, de su capacidad para dirigir la lucha revolucionaria del pueblo, de su aptitud para atraer a la revolución, en calidad de aliado, a las masas campesinas.

Si nuestro Partido se hubiera detenido a examinar la cuestión a la luz del marxismo-leninismo habría comprendido que la pequeñez numérica de la clase obrera guatemalteca no era un obstáculo insuperable para que asumiera la dirección del movimiento revolucionario, y en lo que respecta al atraso político de la clase obrera la cuestión dependía enteramente del propio Partido, de lo que éste hiciera para pertrecharse a sí mismo y a la clase obrera con la teoría marxista-leninista, de la voluntad, la energía y la audacia que pusiera nuestro Partido en la tarea de elevar el nivel político de la clase obrera y. en particular, su conciencia del papel dirigente que le corresponde en la revolución antifeudal y antiimperialista.

Hay otras manifestaciones importantes de las concesiones que en la práctica hizo el Partido a la burguesía democrática.

El PGT, por ejemplo, cometió el grave error de no denunciar y combatir públicamente a aquella parte de la alta oficialidad del ejército que se sabía que era, por razones de clase y de ideología, enemiga del movimiento revolucionario y de las transformaciones fundamentales que estaban en marcha en Guatemala. El Partido no confiaba en los traidores como Monzón, Sánchez, Aldana Sandoval, Parinello y otros más, pero por una falsa manera de enfrentar el problema, aceptando en cierto modo la falsa concepción burguesa de la “apoliticidad” del ejército -cortina de humo tras de la cual los jefes han realizado siempre una política reaccionaria-, y temiendo que se pudiera acusar al Partido de actos provocadores, no los desenmascaró públicamente, limitándose a exponer sus puntos de vista en círculos estrechos del campo democrático y al presidente Arbenz. El PGT contribuyó a alimentar ilusiones en el ejército al no desenmascarar la verdadera posición y la actividad contrarrevolucionaria de los jefes del ejército, al publicar en su órgano central, sin la debida crítica, los discursos de Arbenz en que se hacía mención de la “lealtad” de los jefes militares, y las hipócritas declaraciones de éstos, a pesar de que no era de esperar que los jefes militares se enfrentaran al imperialismo yanqui aun en el caso de que éste agrediera nuestra patria.

Nuestro Partido no asumió una consecuente actitud crítica frente a la burguesía democrática, a veces se fue complaciente con ésta, olvidando que la alianza con la burguesía no debe atar las manos al Partido para criticarla y para censurar sus múltiples vicios y sus actos inconsecuentes con el pueblo y el movimiento revolucionario.

Al examinar nuestro trabajo de frente único volveremos sobre esta cuestión.

El trabajo del partido en la clase obrera

El Partido Guatemalteco del Trabajo desarrolló un enorme y fructífero trabajo en el seno de la clase obrera, llevó adelante una correcta política de frente único en el movimiento sindical, combatió el sectarismo y el espíritu de grupo dentro y fuera del Partido, encabezó grandes luchas victoriosas de los trabajadores en defensa de su salario y de sus reivindicaciones principales. Pero nuestro Partido se limitó a un trabajo de tipo economicista en el seno de la clase obrera, no supo ligar la lucha por las demandas económicas y el trabajo en el campo sindical con el trabajo político cotidiano que corresponde realizar al Partido revolucionario de la clase obrera, no supo realizar la agitación y la propaganda políticas en el seno de la clase obrera, a fin de que ésta comprendiera correctamente los fenómenos sociales y políticos que tenían lugar, la posición de los diversos partidos y de las distintas clases frente a dichos fenómenos, la posición y la línea política de nuestro Partido.

Al Partido le faltó tenacidad e intransigencia en el trabajo organizativo en el seno de la clase obrera, lo que nos impidió aprovechar al máximo la gran influencia y la autoridad del Partido, en general, y de algunos camaradas, en particular, en el movimiento obrero.

Aun mucho antes de producirse la agresión norteamericana y el golpe de Estado de los militares traidores, el PGT era decidido partidario de que se armara a los obreros y los campesinos, considerando esta tarea como la clave del triunfo de las fuerzas democráticas frente a una inminente intervención extranjera. Sin embargo, el Partido no planteó esta tarea ante la clase obrera con toda la energía y la audacia que era necesario, la planteó solamente a algunos aliados, y más tarde, frente a la inminente invasión extranjera, la planteó con retraso y con mucha debilidad ante las masas trabajadoras.

La principal gestión del Partido en este sentido se hizo por arriba, con algunos aliados. El Partido se había enredado en el temor de que se podía producir un golpe del ejército, o por lo menos una imposición política de éste, si planteaba abiertamente la cuestión de las armas para la clase obrera y los campesinos, y no supo encontrar la forma y la oportunidad de plantear la cuestión cuando anteriormente pudo haberlo hecho. Aun en el momento de iniciarse la agresión norteamericana el problema no fue bien planteado pues el Partido dio a las organizaciones populares la iniciativa de demandar primero instrucción militar, para después solicitar pelear junto al ejército en la defensa de la patria.

Esta manera de plantear las cosas alimentaba ilusiones en las masas sobre el papel que jugaría el ejército, pues hacía suponer que el ejército era leal en su totalidad, que combatiría dignamente contra el invasor y que mantendría honrosamente su juramento de defender la inviolabilidad del territorio nacional, la soberanía nacional, las instituciones democráticas y el gobierno legítimo electo por el pueblo.

Es cierto que el Partido organizó numerosas brigadas de obreros, campesinos y jóvenes para luchar contra la intervención, es bien cierto que estas brigadas, armadas solamente con machetes y palos, le hicieron frente a los grupos reaccionarios en diversos lugares del país, pero en lo fundamental se esperó a que las armas las diera el ejército en cumplimiento de una orden del presidente Arbenz. El ejército, por su parte, que no recibió tal orden hasta un día antes del golpe de Estado, rechazó una tras otra las solicitudes de los sindicatos, de las uniones campesinas y las organizaciones populares de recibir entrenamiento militar y armas.

Nuestro Partido no combatió con las masas la negativa del ejército a armar a los obreros y los campesinos, no desenmascaró públicamente el fondo de clase de esta negativa, encubierta hipócritamente con declaraciones de fingido patriotismo y de autosuficiencia para rechazar al invasor. Nuestro Partido no desplegó una enérgica actividad para que la consigna del armamento del pueblo fuera una consigna comprendida y sentida por cada obrero y por cada campesino, por cada luchador antiimperialista de tal manera que se desarrollara en cada uno la iniciativa de armarse a toda costa. Como no se hizo este trabajo los campesinos procedieron ingenuamente a entregar a las autoridades militares y civiles las armas que los aviones invasores arrojaban en paracaídas en distintos lugares del país. El Partido cometió un grave error al elogiar este acto ingenuo de los campesinos y al dar instrucciones en algunos lugares para que se procediera de igual forma, temiendo una “prematura” fricción con el ejército y abrigando la esperanza de que se podría conseguir por arriba la decisión de armar al pueblo. Es verdad que las armas arrojadas en paracaídas por los invasores no fueron muchas y que una buena parte era vieja o estaba inutilizada, pero esta circunstancia no atenúa en lo más mínimo el error del Partido.

Finalmente, el Partido cometió el error de no preocuparse por organizar el trabajo revolucionario en el seno del ejército. Se desaprovecharon magníficas oportunidades que brindaba la Reforma agraria para acercarse a los soldados, para ligar a los soldados, en su gran mayoría de origen campesino, a la clase obrera, para hacer un serio trabajo de agitación y propaganda por los objetivos del movimiento revolucionario, contra la venenosa labor anticomunista y contrarrevolucionaria de los jefes y oficiales reaccionarios.

El frente único de las fuerzas democráticas

El Partido siguió una correcta línea de alianza de todas las fuerzas democráticas y antiimperialistas contra los terratenientes feudales, la burguesía reaccionaria y el imperialismo yanqui. Sin embargo, en la aplicación de la justa línea de frente único el Partido concedió más importancia a la alianza con los partidos democrático-burgueses, que a la forja de una firme alianza de la clase obrera y los campesinos. El Partido no tuvo suficientemente en cuenta que el frente único de todas las fuerzas democráticas debía tener como núcleo fundamental la alianza de los obreros y los campesinos, que los campesinos son el aliado natural y más próximo de la clase obrera y que tal alianza es indispensable para que la clase obrera pueda ejercer la hegemonía del movimiento revolucionario y garantizar su desarrollo consecuente.

El Partido creó las condiciones para una estrecha alianza de los obreros y los campesinos al conducir la lucha de la clase obrera por la realización de la reforma agraria, haciendo de ésta una consigna propia de la clase obrera, al luchar de manera consecuente por la satisfacción de las demandas de los campesinos y exigir la entrega inmediata de la tierra a los campesinos, sin distinción de opinión política o religiosa, ni de que fueran o no miembros de alguna organización de masas. Sin embargo, estas condiciones favorables no se supo aprovecharlas al máximo, ni se supo encontrar las múltiples formas concretas de utilizarlas en interés del fortalecimiento de la alianza obrero-campesina.

En cuanto a la alianza del Partido con los partidos de la burguesía democrática, debe indicarse que fue el resultado de una justa táctica que correspondía a los intereses del pueblo y a los objetivos del movimiento revolucionario y democrático. El Partido fue perseverante en sus esfuerzos para mantenerla y perfeccionarla y es justo reconocer que en los partidos democrático-burgueses, junto a los elementos capituladores y reaccionarios incrustados había fuerzas y elementos que respondían consecuentemente a la línea de unidad de las fuerzas democráticas, gracias a la cual se alcanzaron importantes conquistas económicas, sociales y políticas. Las fallas de nuestra parte radicaron en cuatro cuestiones fundamentales: En primer lugar, la dirección del Partido realizaba un trabajo serio por arriba, con los dirigentes de los partidos que integraban el Frente Democrático Nacional en proceso de desarrollo, pero el conjunto de las organizaciones del Partido no realizaban igual esfuerzo con los miembros y las organizaciones locales de los partidos burgueses democráticos, desatendiendo las reiteradas indicaciones del Comité Central del Partido de realizar el trabajo de frente único por la base. Esto les permitía a los líderes de los partidos burgueses el incumplimiento de los acuerdos y el entorpecimiento del desarrollo del Frente Democrático, en el cual aquellos líderes veían solamente un instrumento electoral, cuando no participaban en las reuniones solo para “complacer al señor Presidente”, cuya posición unitaria era conocida.

En segundo lugar, el Partido, temeroso de caer en posiciones sectarias, o de que se le pudiera tildar de “provocador”, limitó muchas veces la propaganda por su propio Programa y por su propia línea marxista-leninista, y ciñó sus actividades al ritmo lento y tortuoso del Frente Democrático. Debido a este erróneo criterio el Partido accedió a suspender la manifestación popular del día 18 de junio de 1954, tomando en cuenta las informaciones que tenía el gobierno de que esa tarde los aviones invasores iban a bombardear la ciudad, como efectivamente sucedió, pero al mismo tiempo el Partido no propuso ninguna hora ni fecha distinta para llevar a cabo la manifestación, ni luchó por convencer a los aliados de la necesidad de sacar a las masas a la calle para patentizar el respaldo popular del gobierno en aquellos momentos en que era tan necesario hacerlo. Esto expresaba una concepción falsa acerca del trabajo de frente único, concepción que colocaba al Partido a la zaga de sus propios aliados.

En tercer lugar, por las mismas falsas concepciones, el Partido no realizó la debida crítica del gobierno del coronel Arbenz, en el cual, como bien se sabe, no todos sus miembros eran sinceramente demócratas y antiimperialistas, por el contrario, junto a los elementos que tenían una posición democrática se movían los elementos reaccionarios y proimperialistas, los desfalcadores del tesoro público, los traidores como Elfego H. Monzón, ministro sin cartera, Luis Ángel Sánchez, ministro de la Defensa, y tantos otros más que tenían igual o parecida actitud, en forma abierta o solapada. Algunos de los males del gobierno de Arbenz se veían con indiferencia por el Partido considerándolos simples “males propios de un régimen burgués”, cuando precisamente por serlo los comunistas debimos practicar una justa crítica de los mismos, con lo cual se conseguía, entre otras cosas, educar a las masas trabajadoras, en primer lugar, a la clase obrera.

En cuarto lugar, como ya lo hemos dicho, el Partido permitió que la burguesía ejerciera sobre él cierta influencia nociva, influencia que por la debilidad teórica y política del Partido era tanto más perjudicial y que se manifestó no solo en la base sino que hasta en determinadas opiniones políticas de algunos de los principales dirigentes del Partido. Aquella influencia actuó como un freno de la actividad del Partido y no siempre la dirección del Partido supo descubrirla y combatirla a tiempo.

Sabiendo que la posición democrática y antiimperialista del presidente Arbenz no era compartida por una parte muy importante de su gobierno, el Partido siguió la política de vigorizar el respaldo de las masas a Arbenz como una manera de afirmar la posición de éste en el seno de su gobierno y frente al ejército, pero el Partido cometió el error de no levantar al mismo tiempo ante las masas al Comité Central y a los principales dirigentes del Partido, por lo cual se mantuvo en las masas la concepción de Arbenz como jefe de la revolución, lo que hizo perder de vista que Arbenz era, a pesar de su respeto por las promesas que había hecho al pueblo, de su consecuencia y del arraigo de sus convicciones democráticas, un exponente y un líder de la burguesía nacional que no podía por sí solo decidir sobre su propia clase.

El Partido subestimó la necesidad de elaborar y practicar una política de frente único con los católicos, no prestó suficiente atención a la réplica a la calumniosa campaña reaccionaria que presenta a los comunistas como enemigos de la libertad de conciencia y a los cultos religiosos, campaña llevada a cabo con notorio desparpajo por los dirigentes de ideología fascista de la Iglesia Católica, cuyas vinculaciones con los monopolios extranjeros, con la burguesía reaccionaria y con los terratenientes feudales no fueron desenmascaradas oportunamente por nuestro Partido. Por ello el clero reaccionario pudo movilizar con relativa facilidad a algunos sectores católicos en favor de la intervención extranjera.